domingo, 26 de abril de 2009

ROSALIA: UN HOMENAJE AL SEXO HECHO - I

Conocí a Rosalía hará unos 6 años, de forma casual. Un anuncio en una web que me interesaba me llamó la atención. Casi al momento recibí respuesta a su correo y a partir de ahí entablamos algo que ya es común en estos días: una amistad virtual. Pronto me envío fotos de ella: Rosalía tenía ya 40 años y estaba en su máximo esplendor. Sus piernas lucían hermosas como a los 30 años que había sido modelo de medias de Victoria Secrets. Sus hermosos senos mantenían su turgencia a pesar de los dos hijos que había dado de lactar. Finalmente unas poderosas caderas (104 cm) y un hermoso trasero llamaba a voltear a su paso. Pero lo más hermoso en ella era la facilidad para comunicarse, su claridad en su forma de ver la vida y muchas otras cualidades que hacían placentera y diría “adictivas” las charlas con ella. Un buen día me comentó algo muy particular y sorprendente para mi, hasta ese entonces. Ella se había casado muy joven, con su primer amor, un hombre bastantes años mayor que ella. Hasta los 39 años su vida había transcurrido en la más completa calma, con los altibajos de un matrimonio de tantos años y con las cortapisas morales que imponen la sociedad de nuestra América. Sin embargo algo iba a cambiar su vida. Ella trabajaba con su esposo, cumpliendo labores de apoyo profesional y en virtud a ello lo acompañó un día a un evento internacional. Ella siempre fue muy recatada para vestir como queriendo esconder las extraordinarias curvas corporales que le había dado la naturaleza pero el día de la clausura del evento tenía que ir con vestido de fiesta, para lo cual fue a una tienda cercana y no había algo adecuado para su talla y para sus rectados gustos, así que tuvo que escoger un vestido algo escotado y bastante más corto de lo que usualmente usaba. Al entrar a la fiesta, de la mano de su esposo, múltiples miradas se posaron en cada centímetro de su cuerpo y sintió algo nuevo a lo que había experimentado hasta ese día. Una extraña mezcla de placer y bochorno se mezclaron en ella y miraba sorprendida como su celoso esposo, orgulloso la presentaba a sus colegas de diversos países. Tomaron asiento en una mesa en compañía de dos parejas más con quienes departió toda la noche. Como su esposo no era aficionado al baile y ella sí, aprovecho que llegó un colega solo y bailó sin parar toda la noche. Su ocasional pareja era algo más joven que ella y gran bailarín a la par que bastante inquieto con las manos, las que no perdían el tiempo en aprovechar el baile para aprisionar su cuerpo con el de ella y acariciar su cintura y sentir el agitar de sus senos, que se estremecían ante la cercanía de un hombre que no era su esposo. Adicionalmente lo que ella le sorprendía sobremanera como su hasta ese día celoso esposo, no ponía ninguna objeción a una noche de baile y atrevimientos del joven colega. Al concluir la reunión, se fueron a su habitación que era en el mismo hotel donde había sido la fiesta. Esa noche su esposo la poseyó con furia y con unas ganas, que a pesar de ser ella una hermosa mujer, ya se habían ido con la rutina de casi 20 años de matrimonio. Un extraño fuego se había prendido y le depararía nuevas sorpresas. Aprovechando unos días de vacaciones y a fin de alejarse de la vida diaria del hogar; el esposo le propuso quedarse en esa ciudad y gozar de las comodidades de aquel resort marino. Como no había estado programado ello, tuvieron que ir de compras para adquirir una ropa de baño y menuda sorpresa tuvo cuando su esposo escogió una minúscula tanga brasileña. Al regresar al hotel, fueron a su habitación y ella sorprendida le preguntó si esta prenda no era demasiada atrevida. El contestó que ya era hora que luciera el hermoso cuerpo que tenía. De esta manera, se puso aquella tanga y así bajaron a la playa del hotel. La diminuta tanga con las justas cubría sus nalgas; es más no las cubría, las dibujaba con morbo en tanto que el brasiere con las justas contenía sus desbordantes senos. Ya en la playa, muy cerca al lugar que ocupaban, un bronceado hombre caucásico de unos 60 años, lleno de vellos en el pecho y mostrando un cuerpo trabajado durante toda una vida, la observaba con un deseo inmenso. Rosalía se sentía turbada y prefirió echarse de frente a la arena para evitar tener que mirar las miradas cada vez más ardientes de aquel desconocido. Su esposo, a no dudar gozaba con el deseo que inspiraba aquel cuerpo escultural y lleno de vida. Sin embargo volvió a sorprenderle cuando súbitamente le indicó para retirarse de la playa. Aquel hombre que la miraba comenzó a lamentar su mala suerte, pero su esposo volvió a realizar una acción hasta ese momento impensada. Se acercó cortésmente al hombre y le invitó a compartir la cena de esa noche. Rosalía hervía de deseos, sin embargo su esposo no la tocó aquella tarde. Es más la ignoró sorprendéntemente.y al promediar la media tarde, luego de un rutinario descanso en la habitación le dijo que aprovechara el spa de aquel hotel y fuera a hacerse algún peinado o lo que le apeteciera. El se quedó en la habitación y ella bajó al spa sola. Al entrar recibió la indicación de quitarse la ropa y ponerse una bata que le alcanzó una de las empleadas. Al pasar a otro ambiente, le llamó la atención en un cubículo adyacente, un hombre color cobrizo intenso y de unos ojos profundos, al parecer un hindú, quien realizaba masajes en aquel spa. Dudando un poco, entró al cubículo y recibió unos masajes que en teoría eran relajantes pero para ella significaban combustible para el fuego en que se consumía su interior. Echada boca abajo fue masajeada de los pies a la cabeza por manos suaves pero firmes. Sin embargo su esposo le tenía más sorpresas: se había comunicado con aquél extraño para que pasara por su habitación antes de ir a cenar, para brindar con unas copas de champaña. Entre tanto bajó al bar y escogiendo a un fornido camarero, le pidió que le llevara 3 copas y una botella helada de ese licor a eso de las 8 de la noche. Luego bajó a la boutique del hotel y compró un juego de ropa interior negro, muy sexy y atrevido, unos ligueros negros y un par de medias negras también, así como unos zapatos de charol muy de moda, con tacón alto. Cuando regresó Rosalía a la habitación, ya eran las 7 de la noche y su esposo la instó a prepararse pues su invitado pasaría en una hora por ellos. Al entrar a la recámara, miró sorprendida la ropa que descansaba sobre la cama. Su esposo la acarició y le pidió ponerse aquella ropa con el vestido que había usado la noche de la cena de la empresa. Una vez que Rosalía ya se había puesto la ropa interior, las medias y el liguero, sonó el timbre de la habitación. Una voz desde el baño le pidió que abriera pues era “la camarera” que traía un pedido. Como el timbre sonó dos veces más con insistencia (así había sido instruido el camarero), Rosalía tuvo que abrir la puerta sin tener tiempo a poder ponerse algo encima.

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